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Andrés Francisco Rojas Gamboa, Arquidiócesis de San José, I FDMC

“El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad”. Juan 4,14

Quise iniciar este texto con esta cita de Juan, que a criterio personal resume el significado de la palabra de Dios en nuestros días. Pues la palabra de Dios se reveló a la humanidad revistiéndose en carne y habita entre nosotros, que permanece siempre con nosotros y nos trajo la salvación.

Dios no es un Dios mudo, Él nos habla y así lo vemos en la Sagrada Escritura, podemos ver todo su plan salvífico desde el Antiguo Testamento, y llegando a la plenitud en el Nuevo Testamento con la figura de Cristo. Dios busca hablar al corazón del hombre, habla con ternura, directo y con palabras humana. Habla sencillo al hombre, al pecador y sufriente.

La Iglesia venera las Sagradas Escrituras igual que al mismo Cuerpo del Señor, lo vemos muy claro como en la Eucaristía nos alimentamos tanto de la Palabra del Señor y el Cuerpo de Cristo. (Cf. DV 21). La Palabra nos alienta, anima, conforta, exhorta, llena espiritualmente y sobre todo nos abraza, es Dios mismo quien nos abraza con su Palabra.

En el Nuevo Testamento, en los Evangelios encontramos la perfección de la ley, esa ley que vino a dar plenitud a la pasada como dice en el Evangelio de Mateo 5, 17-37. Es esa ley que no es rígida no es castigadora sino ama. Jesús a través de su palabra nos muestra el amor del Padre hacía nosotros.

Podemos hacernos la pregunta ¿Cómo decimos que es Palabra de Dios, si la escribieron hombres? Es una duda muy común, pero Dios en su infinito poder se valió de hombres, elegidos por Él, inspirados por el Espíritu Santo para que plasmaran todo y sólo lo que Dios deseó que estuviera escrito. Podemos caer como cristianos en centralizar nuestra fe en un libro, pero la Sagrada Escritura es la “Palabra de Dios”, no es cualquier autor, sino es Dios, nuestro creador. Menciona San Bernardo de Claraval que la Palabra de Dios “no es una religión de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo”. Debemos confiar y cree con firmeza que la Sagrada Escritura es viva, no es algo muerto, sigue viva en medio de nosotros y debemos contemplar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en los textos Sagrados. 

Podemos haber leído muchos libros de historia, novelas, cuentos, ciencia y entre otras muchas temáticas, que van quedando en el pasado, olvidados, obsoletos y nos pueden enseñar muchas cosas, pero la Biblia no se puede equiparar a un libro cualquiera, es un momento de encuentro con nuestro Padre. Dios habla, me habla a mí, sale a mi encuentro para ver el paso de Dios por mi historia, para sacarme de las esclavitudes y desiertos de mi vida, para agradecer mi creación, para acompañarme como lo ha hecho con Israel, pues somos pueblo de su propiedad y para redimirme con los Evangelios como un Dios vivo que murió y resucito por mi y por usted simplemente por amor. La Sagrada Escritura es y debe ser un momento de encuentro de amor. 

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