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Donald Leiva, I FPEJ, Diócesis de San Isidro

La acción misionera es la respuesta al mandato de Cristo “serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1, 8) y esta actividad se realiza dentro de la Iglesia respondiendo también a “la voluntad de Dios, que “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (Ad Gentes n°7). De esta manera comprendemos que la misión es connatural al ser Cristiano, no se trata de un añadido, sino de la esencia misma de testimonio, anuncio de la Resurrección.

Este testimonio tenemos que hacerlo palpable con los más cercanos; en el momento de la Resurrección, al encontrarse con Cristo glorioso, las mujeres recuerdan sus Palabras y regresan a anunciar a los más cercanos, a los Once y los demás (cf. Lc 24, 8-11); ante el relato evangélico podemos mirar algunas luces que suscita para la acción misionera; primeramente, se da el recordar la experiencia personal de encuentro con Cristo, pues debemos tener claro quien es el anunciado, para no caer en la tentación de anunciarnos a nosotros mismos; en un segundo momento se da el movimiento del ir, salir de la comodidad de nuestra cotidianidad, para encontrarme con aquellos sedientos de la Palabra, con las miserias espirituales o humanas que vive el mundo. La tercera luz que nos regala la palabra es el anuncio y tenemos la costumbre de asociarlo con salir a una tierra lejana, pero la verdad es que los primeros a los que estamos llamados a anunciar es a los más cercanos, aquellos que están en nuestro diario vivir, así partiendo de la familiaridad podemos encontrarnos con los sedientos de Cristo y llevar Buena Noticia a los hermanos más distantes de nuestra cotidianidad.

Ante el anuncio en la cotidianidad surge en nosotros el miedo a ser juzgados, pues conocemos los aspectos de nuestra vida que deben ser redimidos, y aquellos más cercanos, posiblemente también los conocen, pero nuestra actitud debe ser de confianza en el Señor, pues, así, como en el Evangelio, Dios se vale de aquellos que no tienen voz para dar el primer grito de Resurrección. De la misma manera Dios nos llama a ser testigos fieles en medio de aquellos que nos son mas cercanos.

El Papa Francisco nos expone íntima relación que existe entre la misión y la santidad en la Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate, en el número 19, nos dice:

 Para un cristiano no es posible pensar en la propia misión en la tierra sin concebirla como un camino de santidad, porque «esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación» (1 Ts 4,3). Cada santo es una misión; es un proyecto del Padre para reflejar y encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio.

Este camino hacia la Santidad se alcanza en el caminar juntos, en el mirar las periferias existenciales de aquellos que están junto a nosotros, atender a sus necesidades y en comunidad llegar a los más distanciados. Ser reflejo de Santidad es vivir la misión en la cotidianidad.

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