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El seminarista César Marcelino Castillo Sancho nos explica

Doy gracias a Dios primero que todo por la oportunidad de escribir estas palabras. Para empezar tengo que decir que Jesús no es un ser lejano, juez sentado sobre el cielo esperando que nos equivoquemos para poder castigarnos, ese no es Jesús. Estas líneas son entonces para expresarle a todos la grandeza de aquello que nosotros somos testigos, que Jesús es real, que no es un personaje del pasado sino lo más actual de nuestro presente, Él es lo que marca y marcará siempre un antes y un después en nuestras vidas, solo Jesús es capaz de esto y lo hace verdaderamente. 

Somos testigos y así lo anunciamos que la persona real de Jesús es la empresa por la que verdaderamente vale la pena dar la vida, dejarlo todo y seguirlo sin mirar atrás. Al haber encontrado a Jesús es que somos capaces de considerar basura todo lo demás que en algún momento considerábamos que era lo único que valía la pena en la vida, no hay nada más valioso que una relación verdadera con Jesús de Nazaret.

¿Cuál es el fruto más evidente de este encuentro con Jesús, de este caminar con ÉL? No tenemos reparo ni temor en testimoniar que el ´fruto más evidente de este encuentro de amor es la alegría, sí, la alegría, pero no como la alegría que la superficialidad nos quiere mostrar como verdadera siendo lo más falso que hay, no, la alegría de la que somos testigos es la alegría perdurable de saber que cada uno de notros es deseado desde toda la eternidad, la alegría que palpita en nuestro pecho es la de aquellos que saben que hay un Padre que desde siempre hizo opción por mí y por ti, ser cristiano verdaderamente es el fruto de la alegría de saber que debíamos una cuenta impagable para nuestras propias fuerzas y que un inocente vino a pagarla con el propósito de hacernos libres por medio del amor.

Sí, amor es lo que decimos, el verdadero amor que es capaz de hacer blandecer una piedra o la más fuerte pieza de metal, no existe un corazón que no pueda ser suavizado por el amor de Jesús y cuando este llega la primera secuela es la alegría de que no somos excluidos de un plan que es lo mejor que nos pudo haber pasado, la alegría en fin de la salvación de todos los hombres, que además trae consigo la necesidad de gritar a todos que somos libres y que nuestro corazón dejó de lado la amargura y la transformó en dulzor, dejó de lado la queja y se abrió al alegre canto del amor que sobrepasa todo bien material o toda posesión que cualquiera pueda ostentar.

Gritamos al mundo, damos fe, testimoniamos que la alegría que tenemos en el corazón y que canta nuestra boca es la presencia de Jesús en nuestras vidas, y es una alegría que no podía tomar otro cause que el de anunciar a los demás que todos puede tener esta experiencia y que es gratis, que es perdurable eternamente y se amolda a cualquiera de nosotros, solo hay que abrir el corazón.

¡Pero cuidado!, hay algunos que pueden pensar mal en esta alegría, la alegría que viene de una vida con Jesús y para Jesús no significa que no va a haber momentos difíciles, sino que tenemos la lucha ganada al final. La alegría de Jesús no significa que las nubes nunca van a tapar nuestro cielo, significa que sabemos que el sol siempre está ahí aunque no lo podamos ver. La alegría de la amistad con Jesús no nos garantiza que nuestros ojos no se van a llenar de lágrimas al despedir a un ser querido, sino que la alegría viene de que tenemos la certeza de que la muerte no tiene la última palabra.

Y tener siempre en cuenta que la alegría de Jesucristo no es un entusiasmo exacerbado, no es una charlatanería de estar siempre y en todo momento sonriendo aunque se esté destruido, confundido y hasta frustrado internamente, no es la expresión bonita de alguien te hace el bien por interés, no, el que tiene a Jesús en su vida, el que ha podido tocar al Nazareno, el que ha podido escuchar al Maestro, el que de verdad ha comido en su mesa y de su pan es una persona que se llena de la alegría que da su presencia aunque no se ría, que tiene esperanza aunque no se vea nada, que sabe que todo es para bien de los que lo aman, porque sabemos que Él nos amó primero, esa es la alegría de la que somos testigos en medio de esta vocación.

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