Publicado
Gerald Jiménez García
Seminarista de IV Formando Pastores al Estilo de Jesús

Pero Dios, rico en misericordia, movido por el gran amor que nos tenía, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo -por gracia habéis sido salvados” Efesios 2, 4-5 

Si tuviera que resumir el seminario en una frase, diría que, ante todo, ha sido una experiencia de amor que inició por la mirada misericordiosísima de Dios. Al emprender el proceso de discernimiento y de formación en el año 2015 había muchas expectativas en mi corazón y no tenía idea de todo lo que iba a significar el camino que en ese momento comenzaba. Lo que escuchaba era una invitación a remar mar adentro (cfr. Lc 5,4); sin embargo, no muy tarde en el camino, me di cuenta de que la realidad iba más allá.  

Subirse a la barca y alejarse de la orilla era solamente el inicio, porque frente a mí se abrió todo un mar desconocido. Lo primero que descubrí fue el amor de Jesús que siempre había pensado en mí y ahora me estaba llamando para que aprendiera a estar junto a Él, a sus pies, escuchando lo que tenía por decirme, de esto pasé a enterarme de otra realidad: yo era profundamente amado desde la eternidad y esto me cambió por completo toda perspectiva tanto de mi vida, de mí mismo como persona y por supuesto, del proceso de formación, porque descubría que yo no había entrado al seminario para ser o para no ser sacerdote, sino que en primer lugar, la experiencia de formación era un regalo de Dios para dejarme amar por Él, para amar y abrazar mi historia y reconocer así el gran regalo de mi vida. 

Al estar a las puertas de terminar el proceso de formación, casi ocho años después de aquel inicio, al ver hacia atrás y al hacer recuento de tantos momentos vividos, tengo que colocar otra palabra para enmarcar toda esta experiencia: misericordia. Durante el seminario ha habido momentos muy buenos, de fortaleza y valentía, pero no han faltado aquellos difíciles, en donde incluso, parece que no hay más fuerzas para seguir, y ¡ni qué decir de los momentos de duda y de incertidumbre! Sin embargo, cada vez que me he situado al frente del gran crucifijo de la capilla del seminario, he podido sentir el abrazo amoroso de Dios. En el Crucificado he descubierto su voz que me ha hablado desde el misterioso silencio y aun en los momentos más difíciles ha levantado mi rostro, dignificándome, para contemplarlo en aquella figura y todo lo que he tenido frente a mí ha sido la misericordia misma.  

Del “rema mar a dentro” la llamada pasó a ser un “crucifícate conmigo”, la experiencia del amor solamente se puede responder con y desde el amor mismo, esta invitación no espera nada menos. Estoy muy consciente de cuan limitado soy, y cada día es un arduo trabajo por ser fiel, sin embargo, hoy mi vida es completamente diferente, pues reconozco mi historia de salvación y cómo Dios ha estado siempre presente en ella para amarme, hoy como discípulo me corresponde extender los brazos para seguir los pasos del maestro y así morir a mí mismo para que otros también tengan nueva vida.  

Finalmente, gratitud es la mejor palabra que describe mis sentimientos: gratitud hacia Dios y gratitud hacia la Iglesia por darme el don y la oportunidad de vivir este camino en donde he descubierto la inagotable experiencia del amor de Dios en mi vida. ¡Qué más puedo pedir! 

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