Carlos Ernesto Jiménez Segura, I Formando Discípulos Misioneros de Cristo, Diócesis de Cartago.
La Iglesia Católica, conmemora la Fiesta de la Transfiguración del Señor, el día 6 de agosto de cada año. La institución de esta fiesta se remonta en el año 1456, en el contexto histórico de la victoria de la Batalla de Belgrado, en la cual las tropas cristianas vencen a los turcos. El Papa Calixto III, en agradecimiento por el logro obtenido establece esta fiesta para que fuera celebrada por toda la Iglesia en esta fecha. Sin embargo, la celebración de este misterio del Señor, consignado en los Evangelios nos permite ahondar de gran manera en el significado y en las enseñanzas que son importantes para nuestra vida cristiana.
El acontecimiento de la Transfiguración del Señor, contenido en la Palabra de Dios, sitúa a Cristo en camino hacia el monte alto a orar, llevando consigo a tres de sus discípulos Pedro, Santiago y Juan (cf. Lc 9,28). En la Sagrada Escritura la montaña, significa el lugar del encuentro con el Señor. El creyente sube interiormente para estar a solas con Él, por medio de la oración profunda y la contemplación de sus misterios, es así como se entrama una íntima relación con Dios y se adquieren las más sublimes virtudes.
El Evangelio de San Lucas, menciona que Jesús conversaba con Moisés y Elías, figuras del Antiguo Testamento, acerca de su Pasión y Muerte. Por tanto, el acontecimiento de la transfiguración está relacionado con el misterio de la cruz, porque en el fondo este misterio irradia una intensa luz, porque al emprender el camino de la cruz es como se obtiene el don de la redención. Esta redención manifiesta la luz, que nos anuncia el gozo de la resurrección y la liberación de la opresión del mal. El creyente está llamado, a tomar la cruz de cada día, para abrazarla con paciencia, con amor, para que habiendo participado de la cruz de Cristo, finalmente puede experimentar la felicidad y la alegría, fruto de la Pascua del Señor.
El Maestro que muestra su gloria delante de sus discípulos, es envuelto junto con ellos en una nube luminosa que los cubre y al instante se escucha la voz de Dios Padre que dice: “Este es mi Hijo, mi elegido escúchenlo” (cf. Lc 9, 34-35). Cristo es la misma palabra divina que nos revela los misterios de Dios. Por tanto, una actitud importante en el discípulo debe ser la de escuchar atentamente la palabra del Maestro, porque en sus enseñanzas se halla la total plenitud. Después de que Señor ha revelado su majestad, baja del cerro con sus discípulos para recorrer el camino nuevamente.
El encuentro personal con Cristo que se realiza mediante la oración, la meditación y la contemplación, al igual que lo hicieron los apóstoles en el Monte Tabor, debe movernos a desempeñar un continuo servicio, en el cual se muestre una ardiente caridad y los gestos de misericordia a todos los hermanos.