Publicado

Francisco Javier Umaña Román

En una sociedad caracterizada por el consumismo, donde las personas han sido degradas a simples objetos desechables a merced de la satisfacción y utilidad personales, se hacen necesarios los testimonios de compromiso perdurables. Es aquí donde la vida cristiana brilla por su testimonio, ya que Dios nunca deja sola la humanidad y brinda en el sacramento del matrimonio un verdadero don para la Iglesia, pues nuestros jóvenes están necesitados del ejemplo de los adultos, quienes han dicho un sí de por vida.

Y es que, al ver nuestra sociedad, es imposible no pensar en la crisis por la cual atravesamos. Por lo tanto, el matrimonio sigue siendo y será fundamental para la construcción de una buena sociedad. Pues ahí es donde se recibe la fe, donde los hijos reciben la primera educación y que será vital para la maduración de la persona, además se aprende a compartir y a comunicar, pero principalmente es donde se recibe amor y donde se aprende a darlo, es tan importante que el mismo Jesucristo tuvo una familia. Su valor es tan grande que Dios elevó el Matrimonio a Sacramento, lo cual nos muestra el amor que tiene por su Iglesia.

En el Matrimonio los conyugues deben amarse y entregarse el uno al otro, del mismo modo que Jesucristo lo hizo por su Iglesia, en consecuencia; los esposos están llamados a santificarse día a día viviendo esa vocación, es decir, amando a su pareja, abriéndose a la vida, educando a sus hijos, en las labores cotidianas y en la vida de fe. Esta última, no debe separarse de las anteriores. De esta manera, cada matrimonio debe mostrar al mundo que sí es posible comprometerse dando un sí para toda la vida, mostrando así el verdadero amor, el cual a pesar de las dificultades es capaz de entregarse por el otro cada vez más con mayor libertad y generosidad.

El Sacramento del Matrimonio nos da un ejemplo de una verdadera libertad, pues los cónyuges deciden renunciar a sí mismos, para formar un compromiso verdadero fundamentado en el amor proveniente de Dios, dando así una muestra de cómo amar. Esto es, centrándose en el verdadero valor de la persona y no en las apariencias; además, proponiendo un proyecto de vida comunitaria como pequeña Iglesia doméstica.

Este camino es indispensable hacerlo con la ayuda del Señor, pues solo Él da la fuerza para vivir plenamente cada vocación, por este motivo es de vital importancia la vida sacramental de modo especial la Eucaristía y la Confesión, además de los espacios de oración. Todo esto sería de mucho provecho si se vive en pareja, pues ahora son una sola carne.

Pidamos a la Sagrada Familia por todos los matrimonios, para que puedan ser capaces de irradiar la luz de Dios en medio de la oscuridad del mundo, viviendo en la entrega recíproca entre ellos, en la escucha, el diálogo, la comprensión, el respeto y la capacidad de maravillarse cada día con la obra realizada por el Señor, buscando la santidad cada día en la vocación en la cual Dios los llamó y puedan mantener esa novedad presente en cada vocación.

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