Jesús Mora Ramirez.
Seminarista de Iniciando el camino del Discipulado.
La vocación es el tesoro más hermoso que puedo guardar dentro de mí, es lo que me ha movido durante tantos años, es lo que me ha conducido siempre en el camino de la fe, de la esperanza, de la obediencia, de la paz y de la gracia de Dios. Mi mamá me cuenta que desde que yo estaba muy pequeño me gustaba jugar a ser sacerdote, me ponía las camisas de mi papá y jugaba a dar misa, poco a poco fui creciendo y me llamaba más la atención ir cada domingo a misa, cuando hice la primera comunión me sentía súper orgulloso, no me cambiaba por nadie, andaba como diez escapularios encima, los quería todos, me encantaban. La vocación nunca se fue de mi vida, conmigo iba madurando ese sentimiento en mi corazón, la escuela y el colegio los veía como escalones que debía ir subiendo para llegar a la meta que anhelaba desde siempre, llegar a formarme en el Seminario. Acabé el colegio en el 2015, el año siguiente me dediqué al proceso de discernimiento vocacional, iba una vez al mes a encuentros en la Pastoral Vocacional de la Arquidiócesis, para discernir mi llamado. Al fin había llegado hasta ese proceso que tanto había anhelado desde muy pequeño. A finales de ese mismo año mi vida dio un gran giro, una noticia que me llegaría a cambiar el rumbo. Cáncer de faringe (Carcinoma Mucoepidermoide), el motivo por el cual tuve que abandonar el proceso vocacional y dedicarme a atender mi salud de emergencia, un golpe muy fuerte en mi vida y en la de mi familia.
Conociendo Dios mi anhelo, le reclamé muchas veces ¿por qué a mí, Señor? No entendía el motivo. Acepté el proceso de enfermedad, empecé a luchar, pasé biopsias, exámenes, 35 sesiones de radioterapia, a alimentarme por una sonda, un proceso paliativo donde me iban diciendo cuántos meses de vida me quedaban, dolores, tratamientos, cicatrices, una cirugía de la cual me dieron un 1% de probabilidades de salir con vida; el 05 de diciembre de 2017 pasé 10 horas en sala de cirugía. Y bastó ese 1% para que Dios pudiera hacer posible lo que todos veíamos imposible, bastó la fe, la confianza, la constancia, la perseverancia, la gracia, la oración, el ayuno, el agudizar el oído para escuchar la voz de Dios en medio del desierto y sobre todo el abandono al plan de Dios. Un camino que me enseñó más de lo que me quitó. Ahora mi pregunta no es ¿por qué? sino ¿para qué? Detrás de todo lo vivido hay un gran propósito. Actualmente tengo 4 años de haberle ganado la batalla al cáncer, me encuentro cursando el año Propedéutico del Seminario Nacional Nuestra Señora de los Ángeles. Hoy veo la vida con otros ojos, nueva perspectiva, disfruto cada instante, agradezco a Dios mi segunda oportunidad de vida y la quiero gastar en lo que realmente me apasiona, soy una mejor versión cada día. La santidad es mi meta, sea cual sea el camino por el que deba transitar en la vida, no me puede faltar el abandono, la oración y la fe en Dios, que sus planes y su tiempo son más perfectos que los míos.