Publicado
Walter Daniel Navarro Martínez.
Seminarista de III Formando Pastores al Estilo de Jesús.

Y la Palabra de Dios se hizo carne y puso su tienda entre nosotros” (Jn 1, 14ª) Con estas palabras que utiliza el escritor del cuarto evangelio quiero iniciar esta pequeña reflexión sobre la Solemnidad de la Anunciación del Señor, solemnidad que en muchas ocasiones pasa sin mayor relevancia. Parece que se nos ha olvidado que el centro de esta celebración esta uno de los grandes misterios de la fe y del cual ha brotado parte la salvación de hombre.

En primer lugar, “la Palabra de Dios se hizo carne”, esta Palabra es el mismo Cristo, la segunda persona de la Trinidad que asume nuestra condición. Aquel que estuvo desde el principio junto al Padre gozando de su gloria eterna, asume nuestra carne, se hace uno con nosotros sin dejar de ser Dios, de ahí que Cristo sea Dios y Hombre verdadero.

Pero demos un paso más, ya que si el Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo, no se hubiera encarnado en nuestra propia carne, no hubiéramos conocido el amor tan grande que nos tiene Dios, ya que en el Verbo encarnado. Dios se ha reconciliado con el hombre, porque por culpa del pecado se rompió la relación entre el Creador y la creatura, aquella armonía en que vivía el primen Adán y la primera Eva en unión con Dios en el paraíso se vio interrumpida por la desobediencia; por la cual el pecado y la muerte entró en el ser humano.

En segundo lugar; “puso su tienda entre nosotros” nos hace recordar los pasajes en el Antiguo Testamento donde Dios habitada en la tienda del encuentro (cfr. Ex 33,7), cuando el pueblo de Israel sale de Egipto y camina hacia la tierra prometida, es Dios que hace presencia en medio de su heredad. Ahora ese pueblo que camina hacia la tierra prometida somos nosotros la Iglesia, donde Dios por su infinito amor no nos ha querido dejar solos, por lo que nos ha enviado a su propio Hijo, el cual se ha encarnado en el vientre virginal de la única santa, pura, concedida sin mancha original, la Virgen María.

Dios es un Dios de humanidad, porque el mismo Cristo se hizo hombre, viviendo nuestras propias alegrías, gozos, sufrimientos, angustias y hasta fue tentado al igual que el ser humano (cfr. Lc 4,1-13), por lo que nunca el hombre es más libre cuando escucha con un corazón atento la Palabra de Dios y la hace vida. Que gran misterio de amor que el mismo Dios se hiciera carne, viviera entre nosotros para nuestra salvación.

Con este misterio de la Encarnación del Verbo de Dios, se abre para toda la humanidad la salvación, ya que no se puede pasar por alto que Cristo vino al mundo a salvarnos. Pero su obra redentora va más allá, ya que la encarnación del Verbo por decirlo de alguna manera fue la puerta por la que Cristo entro a nuestra realidad, lo atemporal entró en lo temporal, Aquel que es eterno vivió en la temporalidad, para sellar nuestra salvación con el mayor gesto de amor: la entrega de su vida en la cruz.

De ahí que en estos días de cuaresma al estar preparándonos para celebrar el Triduo Pascual (crucifixión, muerte y resurrección) de nuestro Señor Jesucristo, la Iglesia nos presenta esta solemnidad de la Encarnación para que no olvidemos que Cristo se hizo carne, semejante al hombre para que el hombre al imitarlo en su vida alcance la gloria prometida por el Padre.

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