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Adrián Véliz Domínguez, III Formando Discípulos Misioneros de Cristo, Diócesis de Tilarán-Liberia.

En la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium el Papa Francisco al convocar una Iglesia en salida, sostiene que “la alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría misionera” (Evangelii Gaudium 21). El misionero entonces no debería ser otro que aquel que, habiéndose encontrado con el Señor, exulta de gozo por darlo a conocer, por proclamarlo como rey victorioso; el misionero, el cristiano es también el que se pone en camino, el que sale de la comodidad de su vida porque le urge proclamar con alegría la victoria de Cristo.

La Iglesia que se prepara para vivir de manera especial durante la semana santa los misterios pascuales de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, es una comunidad de discípulos que ha recorrido un largo camino de reflexión, uno que trasciende la frontera de la cuaresma, pues el camino cuaresmal forma parte de un arduo camino de reflexión sinodal que estamos viviendo, uno que nos urge de la necesidad de juntar nuestras vidas, ponerlas en común y aclamar la victoria de Cristo sobre las incertidumbres, las crisis, las persecuciones que podamos estar enfrentando. Porque reconocemos que en el triunfo del Señor resucitado radica la alegría de ser sus discípulos misioneros.

Ahora bien, podríamos plantearnos ¿con qué actitud llegamos este Domingo de Ramos? A las puertas de la semana santa. ¿Realmente mi fe testimonia la alegría del encuentro con Cristo resucitado? Porque podríamos confundir alegría con euforia y convertirnos en meros espectadores de ritos, de tiempos litúrgicos, en cristianos de festejos populares. Dirá el Papa Francisco en su “hoja de ruta” que la “alegría es un signo de que el Evangelio ha sido anunciado y está dando fruto” (Evangelii Gaudium 21).

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, como celebración cristiana hoy más que nunca debería testimoniarle al mundo los frutos de nuestra fe, anunciar la vigencia del Evangelio que es la persona de Jesucristo; y la urgencia de proclamarlo con júbilo.

Los discípulos misioneros que, tras caminar por el desierto cuaresmal, luego de vivir y fortalecer la fe con el ayuno, la limosna y la oración; se encaminan juntos con esperanza firme y caridad fraterna, al encuentro del que es la Fuente de la alegría que los hace exultar “¡Hosanna al hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!”

Junto a María la perfecta discípula, proclamemos con alegría las grandezas del Señor, guardemos con esperanza en el corazón sus promesas y con amor ardiente permanezcamos junto a la Cruz de Cristo, aguardando la manifestación gloriosa de la Resurrección.

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