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Santiago Durán Castro. Seminarista de IV de Formando Pastores al Estilo de Jesús. 

“¿Para qué ayunamos, si tú no nos ves? ¿Para qué nos mortificamos, si no te das por enterado?” Estas son las palabras de un pueblo que dice practicar la justicia, pero abandona los preceptos de Dios. El profeta Isaías es enviado a denunciar estos delitos y pecados. El camino cristiano es un itinerario de vida que exige convicción y testimonio. Está ciertamente marcado por una realidad frágil y pecadora, pero mirada con misericordia y gran amor por parte de Dios. Un Dios que llama de manera personal y espera ser aceptado en el corazón del creyente.   

Ayunamos y practicamos penitencias debido a que el “dolor” tiene sentido y es además camino de santificación cuando se ilumina desde la fe. Jesús mismo experimentó el dolor, según nos lo muestran los evangelios en muchas ocasiones, desde llorar por la muerte de un amigo, hasta sufrir en soledad, tener sed, pasar hambre. Jesucristo es Dios, él compartió nuestra realidad carnal y tenemos la certeza que entiende las dificultades humanas mucho mejor de lo que imaginamos.

Dios ve lo secreto del corazón y toma en cuenta, para nuestra santificación, las buenas obras en favor del prójimo. No se trata de publicar lo bueno que realizamos o gritarlo a todos para que vean lo ejemplar que podemos ser, como una especie de fenómeno socialmente aceptable, una medida estándar de aprobación que muchos esperan. Este tiempo especial de cuaresma no está centrado en la Aprobación por parte de redes sociales o cumplimiento de estándares de popularidad. Este camino, en ocasiones considerado como de sacrificio y dolor, puede pasar sin sentido en los creyentes confundidos por la globalidad. Las acciones y la vida del mismo Jesucristo son aún en nuestros tiempos incomprendidas. Responder al Señor se trata de una decisión firme y sincera que se hace con el corazón, solo Dios conoce y ve en lo secreto y esas son las acciones que cuentan.  

El profeta Isaías nos resume como debe ser el ayuno verdadero y con quién debemos compartir. “El ayuno que yo quiero es éste – dice el Señor ­–­ partir tu pan con el que tiene hambre, dar hospedaje a los pobres que no tienen techo. Entonces clamarás al Señor y él te responderá, gritarás y él te dirá <<Aquí Estoy>>” Is 58, 6.7.9  

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