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Javier Rafael Brenes Solano, Seminarista I Formando Pastores al Estilo de Jesús, Diócesis de Cartago.

Todos los días de forma consciente o incluso sin percatarnos, nos encomendamos a la Santísima Trinidad al levantarnos, al iniciar una oración, incluso cuando pasamos frente alguna iglesia, santiguándonos y diciendo: “En el nombre de Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.”

Nuestra cultura cristiana se encuentra marcada por un sinnúmero de actos piadosos y devociones importantes, siendo la devoción a la Santísima Trinidad la más importante de ellas.  Probablemente en muchos de nuestros hogares, tengamos un cuadro, una imagen o incluso una estampita de la Trinidad.  Sin embargo, muy pocas veces nos atrevemos a hablar de estas tres Personas Divinas, un solo Dios verdadero. 

Santo Tomás de Aquino solía decir que, para hablar del misterio de la Santísima Trinidad, hay que proceder con cautela y modestia.  Ciertamente, Santo Tomas tenía razón, pues sólo podemos conocer lo que el mismo Dios nos revela. El misterio de la Trinidad lo conocemos precisamente por lo que Dios nos ha mostrado: Él es Padre para nosotros, y nosotros somos sus hijos, entre nosotros somos hermanos en Cristo su Hijo, que se encarnó de la Virgen María, gracias a la acción del Espíritu Santo. 

Partiendo del hecho de que Dios es Nuestro Padre, y somos hermanos en Cristo por medio del Espíritu Santo, entonces surge la interrogante: ¿cuál debería ser nuestra relación con Dios uno y trino?  Pues bien, nuestra relación debería ser estrecha, nos debe mantener unidos a Ella, y amorosa, pues de la Santísima Trinidad brota el amor que arde en nuestros corazones.  Esta relación nos debe llevar a la oración colocándonos frente a la Trinidad como hijos, hermanos y portadores de su gracia.

La Santísima Trinidad, es una comunidad de amor conformada por el Padre, Creador de todo lo que existe; el Hijo, que da a conocer al Padre y hace su la voluntad por medio de su encarnación, muerte y resurrección; y el Espíritu Santo quien lleva a cabo los planes del Padre, es dador de su gracia y es fuente de todo consuelo; tres Personas distintas pero que comparten la misma naturaleza divina, un solo Dios. 

La devoción a la Santísima Trinidad nos debe conducir a vivir con el Padre, conociendo al Hijo y amando con el Espíritu Santo.  En ella hallaremos la realización de nuestros deseos más profundos y encontraremos también la finalidad de nuestra existencia como cristianos, la cual es la vivencia del amor, ese amor, el cual se funda en la comunión de las tres Divinas Personas, en el Dios uno y trino, traducido en caridad y obras de misericordia. 

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