Publicado
Carlos Antonio Barboza Valverde
I Formando Discípulos Misioneros de Cristo.

“Cuando venga el Defensor que yo les enviaré de parte del Padre, él dará testimonio de mí; y ustedes también darán testimonio, porque han estado conmigo desde el principio” (Jn 15, 26-27). Qué esperanza da escuchar al Señor decir que pronto nos enviará al Defensor, es decir, al Espíritu Santo. Unos versículos atrás Jesús anuncia el odio que los discípulos recibirán del mundo, e insiste sobre el mandamiento del amor. El Señor pide, pero no nos deja solos. 

Dios nos ha llamado a la vida porque nos ama, y quiere que participemos de ese mismo amor, llevándonos hacia la santidad. Todos estamos llamados a ser santos en nuestra vida cotidiana, desde lo que hacemos día a día; en nuestra originalidad, no como fotocopia, como decía el beato Carlo Acutis. ¡Qué mejor momento para recordarlo que en esta fiesta de Pentecostés! 

¿Qué tiene que ver Pentecostés con la vocación? Pues tiene que ver mucho. Dios que nos llama a la existencia, nos llama a la santidad, cuando somos incorporados a la Iglesia por la acción vivificadora del Espíritu Santo. Y vamos en camino de santidad cuando respondemos con generosidad a esa vocación a la cual hemos sido llamados. Y ¿quién sino el Espíritu de Vida nos da la inspiración para escuchar, la valentía para responder y la fortaleza para mantenernos a pesar de las dificultades? Nos da el gozo de la resurrección, y nos anima a vivir el mandamiento del amor. 

El Señor nos invita hoy, a cada uno de nosotros, a buscar la santidad, pues la Iglesia necesita santos que recuerden el impulso renovador del Espíritu Santo, por el cual se nos ha dado la gracia de participar de la Pascua de Cristo. Una Iglesia en la que caminando juntos seamos signo de esperanza amando hasta el final. 

Es necesario entonces recordar la promesa del Señor, con la esperanza y la alegría de que el Divino Defensor camina con nosotros y podemos así ser reflejo vivo de esa misma esperanza, en medio del dolor, la pobreza, la enfermedad, la guerra, la escasez, e incluso la muerte, pues ha sida vencida por el Resucitado. 

Contemplemos el ejemplo de María. Ella acogió con humildad al Espíritu Consolador. Ella estuvo en ese momento admirable del Pentecostés con los Apóstoles. Ella nos anima hoy y dice: “¿Por qué tienen miedo? No se desesperen, el Defensor vendrá. ¿No estoy yo aquí que soy tu madre?”. 

El Señor nos envía como a los Apóstoles. Vayamos con la esperanza de que es el Espíritu de Verdad quien actúa en nosotros. No tengamos miedo de amar, de dejarnos amar, de ser santos testigos del Resucitado. 

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