Mauro Castillo Vega, I Formando Discípulos Misioneros de Cristo, Diócesis de Cartago
Remitiéndome a Jn 19,34 que dice “el soldado traspasó su costado y al instante brotó sangre y agua”; es por el cual hago referencia a estos dos elementos que en la vida del cristiano son de gran importancia, esto a que de la sangre y el agua del Señor brota la Misericordia Divina.
Sor Faustina nos ha dejado este gran legado que pronunciado por la boca del Señor en una de sus revelaciones le encomendó la pintura con la inscripción Jesús en ti confío; la cual se muestra al Señor vestido con túnica blanca y de su costado los rayos rojos (sangre) y azules (agua). Gracias a esta pintura y remontándonos a la escena de la pasión del Señor en la cual es traspasado por la lanza, se han instituido los sacramentos, los cuales están inmersos de esta gran Misericordia.
Ejemplificando uno de ellos, el Sacramento de la Reconciliación, como después de que el penitente habiendo confesado sus pecados el sacerdote en nombre de Cristo y pronunciando la fórmula de absolución, se derrama la gracia del perdón, de la misericordia y esté queda limpio, blanco como la nieve. A este ejemplo el pasado viernes 31 de marzo del año en curso, pasando por la Catedral Metropolitana, después de salir del seminario, en ésta se celebraba la fiesta del Perdón; sacerdotes por doquier entrando y saliendo con sus albas y estolas moradas, gran cantidad de gente en las bancas esperaban devotamente para su confesión, al momento pensé en este brote de misericordia que estaba teniendo el Señor en cada una de esas personas que se acercaban al sacramento y en esos sacerdotes que en Su nombre los reconciliabas.
Por su parte la sangre y agua, transformadas en la Sangre del Señor es lo que recibimos en cada Eucaristía, haciendo memorial de la entrega que tuvo por nosotros el Señor en la cruz; es aquí donde la sangre nos recuerda la pasión de nuestro Señor, el dolor que sufrió, pero a su vez esa sangre que demuestra vida dentro de nuestro ser y vida del Señor. Agua que, al ser derramada sobre nosotros limpia, purifica, santifica. Gracias a la unión de estos es como el Señor nos demuestra el amor que nos ha tenido y tiene, que ha derramado su sangre por mí y por todos y dándonos a beber también de esa agua que trae vida y vida en abundancia.
Este domingo II después de la Pascua, celebramos la Fiesta de la Misericordia, cuyo mensaje según Sor Faustina dice: «Dios es misericordioso y nos ama a todos … y cuanto más grande es el pecador, tanto más grande es el derecho que tiene a mi misericordia» (Diario, 723). Es el Kairós de Dios, es la hora de acercarnos y dejarnos llenar de su misericordia, de su amor, de su ternura. Dios viene a cada uno de nosotros, él conoce nuestra debilidad y fortaleza y así viene a nuestro encuentro. Habiendo hecho memorial de la entrega del Señor en la cruz y ahora victorioso salió del sepulcro; nos encontramos en este domingo de la Misericordia (In albis) permitamos que nuestra vida se deje ensanchar por el Señor, dejando que él entre en ella, siendo redimidos y blanqueados por su Sangre y Agua derramada a la hora de su muerte.
La misericordia Divina nos acompaña, nos asiste, es esa misericordia que en los momentos más duros de nuestra vida nos sostiene, en los momentos de alegría nos muestra su felicidad por medio de una caricia suave de Dios plasmada en la mano de un hermano, amigo. Es la misericordia que nos ayuda a comprender las muchas tribulaciones que se nos presentan, pero es ante todo esa Misericordia por la cual Dios nos dice en un gesto, persona, situación; estoy contigo, no temas, y nosotros poder decirle: Jesús en Ti confío.