Luis Eduardo Saborío Alpízar
Seminarista de I Formando Pastores
Puede parecer descontextualizado que en estos días aún el término Navidad aparezca entre nosotros, ya los comercios y el ambiente han dado un giro de 180° hacia otras realidades, ya se podía observar que el comercio, a partir de la última semana de diciembre comenzaba a guardar luces, accesorios, adornos, como si únicamente de eso tratara el misterio que en esos días celebrábamos. Debemos recordar que apenas el domingo anterior finalizamos el tiempo de Navidad, el cual en el contexto social lleva a un encuentro de sentimientos familiares, caracterizaciones culturales e incluso, y con mucha fuerza en los últimos años, un despliegue económico y comercial de mucha fuerza.
Hecha esta observación inicial, es importante cuestionarse sobre la autenticidad de mi vivencia de la Navidad, si me baso únicamente en lo que miro alrededor y los apuros de las compras decembrinas o comprendo que el celebrar este tiempo es poner la mirada en el Emmanuel, el Dios con nosotros, para descubrir la vivencia del amor pleno en su fuente y en su culmen y lo que ello conlleva a nuestra vivencia cristiana.
Al finalizar este tiempo, reflexionamos sobre los frutos que la contemplación del misterio del nacimiento de Jesús ha traído en nuestra vivencia cristiana, en nuestro proceso de conversión personal. El contemplar a Dios hecho niño en un pesebre debe llamar al corazón como una invitación a la vivencia, cada vez más sincera y fervorosa, de la alegría y la humildad, de la paciencia y la esperanza, del silencio interior y de la entrega en cada acontecimiento de la vida. Es la búsqueda del hacer las pequeñas cosas cotidianas con la certeza de que los detalles con amor pueden cambiar el mundo, sin apariencias ni falsedades, sino desde la sinceridad del corazón humano. Dios hecho hombre, Jesús, desde la ternura de un niño, me invita a negarme a mi propio egoísmo, venciendo la tentación del “yo” para salir al encuentro de los demás a compartir ese amor con que hemos sido amados.
No desaprovechemos la oportunidad, además, de mirar a la familia de Nazareth y pedir a Dios por familias cada vez más semejantes a la suya, esforzándonos por la construcción de ellas sobre el fundamento del amor. En el anterior diciembre, el Papa Francisco recalcaba dos aspectos sobre la vivencia en familia a ejemplo de la Sagrada Familia, los cuales debemos tener presentes: la familia de cada uno es la historia de la cual se proviene y se aprende a ser familia cada día. La construcción de una familia no es un asunto mágico, ni una receta infalible, es un proceso sobre la vivencia del amor paciente y entregado, pensando que quienes están a mí alrededor son un verdadero regalo de Dios, cada uno desde su realidad e historia puede dar testimonio del don de la familia. Podemos, así, entresacar muchos elementos que brotan del contemplar el misterio de la Navidad, y los cuales se vuelven fundamentales en la vida de cada uno. Por esta razón, la pregunta inicial retorna con fuerza: ¿es esta una Navidad más? Quizá hemos vivido ya 15, 20, 40, 50, 70, 90… navidades, pero ¿Qué ha traído cada una de ellas a mi vida? ¿me han ayudado a vivir de manera más auténtica los valores cristianos en los hechos del día a día? Caminemos juntos, en la contemplación de la vida del Señor Jesús, como discípulos tras el Maestro, y que este tiempo que hemos terminado sea fuerza que nos impulse para vivir día a día asemejándonos cada vez más a Él, a quien contemplaremos, en poco tiempo, crucificado y resucitado.
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