Seminarista Jordi Vargas Corella.
I Formando Pastores al Estilo de Jesús.
Nos encontramos viviendo el tiempo de la Pascua, un tiempo hermoso para abrazar con fuerza nuestras esperanzas en el Señor, porque Cristo ha Resucitado, ha vencido la muerte, y está vivo, Él ha asumido la naturaleza humana, nuestra condición, y así, el Padre, “a quien no conoció el pecado, le hizo pecado por nosotros, para que en El fuéramos justicia de Dios” (2 Corintios 5,21), y así nos ha salvado, entonces ¿qué alegría mayor tenemos que esa?
Ciertamente hemos tenido ya un periodo largo de Cuaresma para prepararnos a acoger este tiempo, que es culmen de nuestra fe cristiana. Sin embargo, quizá nuestro corazón todavía esté experimentando temor e incertidumbre, propio de aquel que no ha podido acoger en sí este misterio tan grande y este don que el mismo Dios, por medio de su Hijo Jesucristo, ha querido darnos a todos los hombres; o bien, por colocar en sí mismo todas las fuerzas y las esperanzas, creyendo que se basta a sí mismo, por no haberse dejado lavar los pies por el mismo Jesucristo, por no dejarse amar por aquel que es el Amor, por luchar tanto y con tantas fuerzas, que no ha descubierto que lo único que debe hacer es abandonarse en la cruz de Cristo, y así resucitar con él.
¡Pero ya!, este es el tiempo propicio para no tener ya más temor, para no esforzarse en vano, para descubrir que hay un Dios que te ama a ti y me ama a mí, y que este amor lo ha manifestado en Jesucristo su Hijo, que murió y resucitó para salvarnos, liberándonos de la esclavitud del pecado, dándonos vida.
Es tiempo ya de dejarse abrazar por el Amor, de descubrir que en nuestras vidas está siempre Jesús, de reconocer que no nos pertenecemos, sino que somos de Cristo, y de nuevo, ¿qué alegría mayor tenemos que esa?, ¡ninguna!, porque Cristo Resucitado es quien nos ha traído la luz que nos guía en nuestro caminar, que ilumina nuestra oscuridad, que da vida a nuestras muertes, que da verdadera paz, que se nos da a cada uno de nosotros, y por medio de su Iglesia a la cual ha enviado su Espíritu Santo, nos envía a cada uno de nosotros a ser testigos de esa paz, a ser testigo de esa ternura y esa alegría que solo de él viene.
Salgamos, vayamos afuera, y mostremos a los demás la alegría del Resucitado, vayamos por las calles anunciándolo, vayamos donde quizá las desesperanzas puedan ser mayores a causa del sufrimiento que padece nuestro hermano, y llevemos el consuelo que solo viene de aquel que ha padecido hasta la muerte, por Amor, y ha resucitado para rescatarnos de nuestros sufrimientos. Vayamos donde el hermano que nos ha hecho daño y perdonémosle con la paz de viene del Resucitado, vayamos donde aquel hermano que se encuentra esclavo de sus ataduras y anunciémosle que Cristo está vivo, que ha resucitado para liberarnos de ellas. Vayamos donde aquel que se encuentra desanimado y no encuentra sentido a su vida y anunciémosle que nuestra vida encuentra su sentido en Cristo Jesús que nos ha salvado, vayamos donde el hermano que se siente como muerto a causa de su pecado, y se cree indigno de ser amado, y anunciémosle que en Cristo Resucitado nuestras culpas son perdonadas, porque nos ama con un amor infinito del cual debemos dejar de lado la pretensión de creer que tener que merecer, y anunciémosle que él hace nuevas todas las cosas, porque este es el tiempo propicio, para dejar atrás al hombre viejo y darle paso al hombre nuevo que habita en nosotros, así que confiemos en el Resucitado, porque el confía en ti y confía en mí.