Kevin Vargas, Arquidiócesis de San José, I Formando Pastores al Estilo de Jesús.
Durante el pasado año se ha reflexionado en torno al tema de la sinodalidad, y, en este artículo, la vamos a relacionar con la vocación particular que cada bautizado posee. Sinodalidad lo podemos definir como ese “caminar juntos”, es decir, caminar en un sentido de comunión., vocación, lo podemos definir como ese llamado que parte de Dios y que implica una respuesta libre del hombre. Todos fuimos llamados a la vida y a ser santos, esos llamados todos los tenemos, pero a cada uno Dios lo llama a una vocación específica en donde amar, sea esta el orden sagrado, la vida consagrada o bien la vida laical.
Precisamente, quisiera contar mi experiencia en la parroquia de Nuestra Señora de Ujarrás, en Barrio Córdoba, san José. El año pasado, aprendí y viví muchas cosas, pero particularmente me llamó la atención la cooperación de cada una de las vocaciones en esta parroquia. Para ubicarlos un poco más, en este lugar se encuentran los Redentoristas, así como las hermanas Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia, sumado a la presencia del Orden de las Vírgenes Consagradas y obviamente la presencia de la vida diocesana. Y cada una de estas vocaciones caminan juntas, de la mano, con un mismo sentir y pensar. Eso, me parece a mí, es sinodalidad. Es lo que nos dice el apóstol Pedro en su carta: “Vivan todos unidos, tengan un mismo sentir” (1 Pedro 3: 8). Cada uno, de acuerdo con su carisma, colabora y pone sus dones al servicio de toda la comunidad.
Ya el documento de la Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II, nos decía el papel o la misión que realiza cada una de las vocaciones. Los laicos, sean solteros o en matrimonio, les corresponde “buscar el reino de Dios tratando y ordenando según Dios los asuntos temporales”[1]. La vida religiosa y los consagrados están llamados a una perfección de vida, a una comunión fraterna en el servicio de Cristo y a una particular adhesión a Él. Los sacerdotes, por su parte, están llamados a ser imagen de Cristo, sumo y eterno sacerdote y pastor del rebaño. Como vemos, si bien es cierto cada vocación es diferente, sí que todas deben caminar juntas, construyendo el reino de los cielos y siendo testigos del amor de Dios en medio del mundo.
Por tanto, el testimonio de sinodalidad y vocación que logré palpar el anterior año me ha hecho ser consciente de la importancia de cada vocación, del sí generoso que cada uno, en su estilo de vida particular, le da a Dios y de la relevancia de sentirnos todos llamados a vivir nuestra santidad. ¡Ánimo, no importa a cuál camino Dios te ha llamado, sé una persona que viva su vocación con alegría, y siempre sin perder el sentido de comunión, siendo testigo de Cristo en esta tierra!
[1]Constitución Dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium, n. 31.